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EL COMANDO DE LA MUERTE

EL COMANDO DE LA MUERTE

  Eran horas de la mañana cuando un vehículo del Organismo de Investigación Judicial, irrumpe en el estacionamiento del Edificio de la Corte Suprema de Justicia, ubicado en su sótano, y dos hombres bajan cargando un par de bultos alargados, y suben por las escaleras hasta el piso donde están localizados las celdas que se ocupan para mantener a los detenidos con juicio oral y público pendiente ante los Tribunales de Justicia que en el año 90 mantenían sus salas de audiencia en el tercer piso de la Corte Suprema.
   Otros tres hombres ingresan por la entrada principal del mismo Edificio, y con poco control en el sitio, toman las escaleras hacia el mismo nivel en que ya los otros les esperan.  Se cambian, y de los bultos militares sacan varias armas y como si fuera una escena de película, se dirigen al mezanine o entre piso en el que todos los Magistrados de la Corte, realizaban su acostumbrada sesión de Corte Plena.  Algunos de ellos aún no habían llegado, lo cual les salvo de ser victimas de este evento. Los gritos iban y venían de estos cinco hombres, produciendo momentos de conmoción entre los Altos funcionarios presentes, el secretario general y algunos asistentes en la Sala.  El líder del grupo se limitó a sentenciar que se trataba de un secuestro y se auto proclamaron, EL COMANDO DE LA MUERTE.
    Luego de tres días de negociación, entre quienes al inició se identificaban como colombianos y el grupo gubernamental instalado para enfrentar esta situación, se llegó a un termino medio, en cuanto a la entrega de un rescate en dinero y el cese de las acciones por parte de los secuestradores, del cual ya circulaba en los medios de comunicación al menos dos de los nombres de sus componentes; se trataban de dos hermanos a quienes en su comunidad se les conocía como los Piapias.  Aceptaron reemplazar a los magistrados por dos personajes, que habían participado en las negociaciones, un asesor militar de origen turco y el director de la policía nacional, y trasladarse en un microbús hacia base dos del Aeropuerto Juan Santamaría, donde abordarían un avión con combustible para dirigirse con rumbo a un destino que el comando trazaría una vez dentro del aerotransporte.  Lo demás ya fue conocido, un grupo armado contra este tipo de secuestros, esperaron que el asesor militar les quitara a cada uno su arma, como parte del arreglo y cuando la mayoría estaba dentro de la aeronave, les cayeron encima, reduciéndolos a la impotencia y trasladándolos a las celdas, terminando así con uno de los dos secuestros más memorables ocurridos en Costa Rica, contra altos funcionarios del Estado.
      El proceso judicial inició con defensores públicos para los integrantes del comando de la muerte, como ya fue conocido por los medios de comunicación.  Ellos eran Gilberto y Guillermo, ambos Fallas Elizondo, los dirigentes del grupo, los otros tres, eran un tío de ellos, y dos amigos.  Gilberto, junto con uno de los amigos, laboraban para el Organismo de Investigación Judicial, en el traslado de reos, por lo cual se les facilitaba el uso de las “perreras”, es decir, vehículos de traslado de detenidos, y gracias a su posición dentro del sistema, ingresaron sin levantar sospechas por el sótano, donde por muchos años lo hicieron en el ejercicio de sus funciones como carceleros. Guillermo, un ex paramilitar debidamente entrenado en montañismo, supervivencia en montaña, y acciones militares fuera de Costa Rica, y miembro de la élite del Ministerio de Seguridad Pública, estaba encargado de los trabajos en contra del crimen organizado.  Fue en estas circunstancias que se contagió años atrás de Hepatitis tipo B, incursionando en las montañas, que le agravó la salud, ocasionándole cirrosis hepática.
       Los hermanos Fallas Elizondo, conocidos como los Piapias, en la ciudad de Tres Ríos, de donde eran originarios, por la enfermedad que agobiaba a Guillermo, visitaron todas las instituciones y clínicas de salud donde se les recomendó un delicado trasplante de hígado como única forma de resolver el problema de salud, pero para ellos requerían de recursos financieros, y por tal razón se vieron obligado en tocar puertas, entre ellas Casa Presidencial y el Ministerio de Seguridad Pública. El resultado fue negativo.  Es así que el secuestro fue la única opción para obtener el dinero y en ello se incluyeron un tío y dos amigos que sin dudarlo aceptaron llevar a cabo el plan.
         El asunto no era nada fácil pues en este tipo de delito, el factor de quienes eran las victimas hacía más difícil una defensa apropiada y un Tribunal de Juicio, que garantizará un proceso justo e imparcial.  El grupo conocía muy bien lo que les esperaría ante esta situación, por lo que aceptaron sustituir a los defensores públicos por uno particular.  Este abogado se dio a la tarea de verificar cada uno de los pasos que sus clientes le indicaron  fue la preparación del plan de secuestro, y el cómo la prensa nacional obtuvieron los nombres de los hermanos, pues no había forma de que los identificara mientras ocurría el secuestro, como lo aseguraba un supuesto testigo del Ministerio Público, si no más bien porque había un sexto hombre en las afueras de la Corte Suprema, un alto funcionario quien en realidad fue quien les ofreció realizar el trabajo y tomar un porcentaje de los millones que al principio exigían para la liberación de los secuestrados.  Por alguna razón, este abogado al irse aproximando a la verdad,  varios sucesos le ocurrieron durante su trabajo. 
        Se percató que era seguido por personas ligadas al Ministerio de Seguridad Pública; gente que durante su visita en La Reforma para conversar con sus defendidos, le aseguraban que debería dejar la defensa de ellos; durante una travesía en la autopista San José-Guápiles, fue seguido y detenido por dos automóviles del cual se bajaron unos hombres con arma en mano y luego de identificarse como “hombres de negro” del Ministerio de Seguridad Pública, nuevamente se le amenazó con dejar la defensa.  El abogado logró comprobar que el único testigo de la Fiscalía que había declarado bajo juramento haber visto al grupo ingresar y vestirse en las celdas del Edificio, realmente mentía. Y lo irregular fue que estas averiguaciones fueron suficiente para ordenar el traslado del grupo a media noche de La Reforma, por lo que el abogado se movilizó a esas horas hasta el centro penitenciario para exigir explicaciones del traslado inusual y luego pidió inmediatamente reunirse con el grupo, quienes le manifestaron temor porque la idea era crear zozobra y temor al sacarlos de las celdas e informarles que serían reubicados por separados en diferentes centros sin mayor aviso.  El abogado logró que el grupo permaneciera junto en dicha Institución.  Mientras tanto en Adaptación Social, encargada de este tipo de traslados, al día siguiente le expresaron al defensor su sorpresa al mismo tiempo que ignoraban que existiera un plan para trasladar a los detenidos.
        Finalmente, ante la valentía del abogado, lo que quedaba era por parte de quien deseaba quedar en el anonimato, obligar a los miembros del grupo desunirlos primero, siendo que el amigo de Gilberto, buscó un defensor particular y por último, el resto envió sorpresivamente a la Corte una solicitud de nombramiento de defensores públicos. El argumento que le brindaron a su ex abogado, fue que un individuo del Ministerio de Seguridad Pública,  visitó a la familia de Guillermo, asegurándoles que si no realizaban la sustitución del defensor, se desquitarían con la familia.  
       Lo extraño del proceso es que la Fiscalía siempre negó que Guillermo, sufriera realmente de un cáncer terminal en el Hígado, para que fuera un motivo suficiente para impulsarlo junto con el resto a realizar el secuestro extorsivo, y aunque el ex abogado logró que luego de varias apelaciones de los dictámenes médicos, se indicara que efectivamente Guillermo, sí sufría de ese padecimiento,  un especialista que fue invitado sin ser parte del Consejo de Médicos Forenses, concluyó que la enfermedad con un tratamiento haría posible la supervivencia del paciente y así el Tribunal de Juicio, sentenció a cada uno de los miembros del COMANDO DE LA MUERTE a penas ejemplares conforme a su grado de participación.  Pocos años después, se liberó al grupo, y Guillermo, falleció por el cáncer al poco tiempo de su liberación.  Lo cierto era que la vida de los Magistrados jamás estuvo en peligro, porque las armas que portaban los “secuestradores” no tenían municiones y las supuestas granadas que colocaron alrededor de algunos magistrados escogidos para sentarlos en las dos puertas de acceso a la Sala, eran simple latas vacías de jugo de frutas decoradas con papel de regalo, aunque ellos no lo supieran.  Sin embargo, fue entendible que la humillación que hicieron pasar a los altos jerarcas en esos día de encierro, como obligarlos a hacer sus necesidades fisiológicas en un rincón de la sala, o no bañarse o mantenerlos lejos de su familia, fue suficiente para aplicar las penas máximas y con ello evitar futuras acciones con la misma finalidad. Pero el  por qué del secuestro y la existencia del sexto hombre son los misterios detrás de este  proceso porque lo primero no interesaba al Tribunal y lo segundo los dirigentes del grupo prefirieron callar y no decir su nombre para proteger a su familia. Tal vez la verdad algún día salga a la luz pública.

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