Quienes
recuerden el siglo XX, tendrán en cuenta sin lugar a duda una de las
revelaciones más importante en la vida de los católicos, y por no decir, de la
religión cristiana en el mundo. Llega al
poder a finales de los años 70, el papa Juan Pablo II.
Proveniente de un poblado de Polonia, y
habiendo vivido los horrores de la segundo guerra mundial, nuevamente un pontífice
no italiano, llega a sentarse en la silla de San Pedro. Aunque dudo que San Pedro, hubiera gozado de
tan majestuosidad que significa el Vaticano, con las riquezas y su banco
privado.
Juan Pablo II, crece y se nutre, del dogma
de la Iglesia, la que abraza, bajo el carisma del servicio al prójimo que lleva
en su sangre. Su vocación le lleva a
seguir los pasos de los apóstoles, y entregar su vida a Cristo. Muy lejos estaría de pensar que un día
llegaría a regir los destinos de millones de cristianos en el mundo.
Pero lo trascendental no es que un polaco
llegará a ser líder espiritual de millones, sino que vino a cambiar los paradigmas
de sus predecesores, quienes saqueaban, atropellaban y protegían el estatus quo
de la Iglesia. Algo que Juan Pablo II, vino a consolar con un perdón histórico.
La iglesia, estuvo al lado de los reyes.
Autorizó masacres bajo el escudo de su fanatismo. América fue descubierta por Cristóbal Colón,
pero castigada por la religión. Se robó
la identidad cultural de los habitantes del nuevo mundo, obligando a cambiar su
credo y su nombre. Años de historia, fueron borradas en la hoguera de la
ignorancia.
Muchos papas, vivieron de la fe. Fornicaron,
robaron y asesinaron, bajo la premisa que ellos eran los representantes del
Dios viviente en la tierra. Si San Pedro, pudiera salir de su tumba, estaría al
lado de Juan Pablo II, regañando a esos que se dijeron llamar, seguidores de
Cristo. Las propiedades de la Iglesia en
el mundo, son incontables e invaluables.
El Banco Vaticano, tiene más dinero que
cualquier institución financiera en Suiza o Nueva York. La corrupción está tan arraigada en el
Vaticano, como cualquier otro Estado laico. Las últimas noticias sobre las cartas que
fueron extraídas del dormitorio privado del actual Papá, son una de las pocas
veces que se conoce que sucede en su interior.
Han sido más de 2012 años, que la Iglesia,
ha hecho y deshecho a su antojo, basado en la fe cristiana de una nueva vida
después de la muerte, olvidando realmente su propósito ministerial en la
tierra. Jesús, vivió pobre y anduvo con
sandalias pisando el polvo, anunciando las buenas nuevas, sobre el amor y el paraíso
más allá de este mundo terrenal.
“Dad al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios
lo que es de Dios”, no implicaba que la Iglesia extendiera sus tentáculos hacia
el interior de los gobiernos y la política.
Hoy en día, los más crédulos, por razones obvias, se dejan influenciar
por los mensajes del Papa, o del Concilio, o de cada sacerdote en cada pueblo
de los países en que el catolicismo es la mayor agrupación.
Si Pedro, un hombre santo, negó tres veces a
su maestro, ¿Cómo es posible que se crea que un hombre como el Papa, no pueda
caer en la tentación del temor y la indiferencia?
Juan Pablo II, representa una esperanza
cercana a los pensamientos del fundador de la fe cristiana.
Juan Pablo II, pasara a la historia por
ser el hombre más sincero del Vaticano, no de la tierra, sino de esa
institución que desde muy pequeño se inserta en la mente de los ciudadanos que
comulgan con sus reglas. Juan Pablo II,
no tiene parangón como hombre de paz y hombre justo.
En su caso no es cierto aplicar aquello
que “mala hierba nunca muere” si no que es una injusticia su pronta partida y
una bendición el tiempo que estuvo entre nosotros. Porque hizo cambiar de pensar a quien dudaba
de la función de la Iglesia, y confirmó a sus feligreses, la esperanza de que
las cosas puede cambiar.
Es difícil que Juan Pablo II, pudiera más
allá de sus buenas intenciones, cambiar al mundo. Le correspondió vivir días difíciles, desde
una Rusia comunista hasta una Nicaragua, auspiciada por Cuba, Irán y Libia, en Centroamérica. Dudo que Juan Pablo II, estuviera en
desacuerdo con el sistema libre de mercado, conocido como el capitalismo, pues
su intelecto le dictaba que era la mejor forma de respetar al hombre mismo.
Ni su santidad Juan Pablo II, ni el
actual, ni nadie, puede venir a cambiar los desacierto de los gobiernos en la
distribución de la riqueza, de la fuente de trabajo y de la convivencia justa
en sociedad. El mal está desde los
primeros días de la historia humana, y ello justifica la llegada de Cristo al
mundo, y luego de sus sucesores. Todos
queremos paz y libertad, nadie duda eso, y la influencia de un Papa, que
recorre el mundo, como lo hiciera Juan Pablo II, reprochando a los socialistas
y a los capitalistas, conllevo, a que se atentara contra su vida.
Es cierto que la verdad duele, pero sobre
todo mayor dolor para quienes se escudan bajo disfraces de demócratas o
pacifistas, siendo todo lo contrario. Juan Pablo II, podía ser recibido como
estadista, con honores y desfiles, pero él no lo buscaba ni lo exigía. Siempre fue justo en reunirse no con los
Presidentes, Ministros o los Reyes, sino con el pueblo, con la juventud. Tal y cual debía ser un hombre espiritual que
reflejaba en sus obras lo que predicaba.
Si el milagro en el éxodo de los judíos de
Egipto, fue que el Mar Rojo, se abriera en el momento que más se requería,
igual fue el milagro del nombramiento en el cargo del Vaticano, de Juan Pablo
II. No podía ser en los 50, 60 o en el
2010. Fue precisamente en la época más dura que vivía el mundo.
Un líder espiritual, no puede llegar a
Cuba, y guardar silencio por las atrocidades que se vive ahí. Jesús, llegó al templo, y se encolerizó al
observar que la casa de Dios, había sido transformado en un vulgar mercado. ¿Se
encogió de brazos? ¿Apelo al pragmatismo de bajar la cabeza y marcharse?
Juan Pablo II, en el fondo, sabía que la
casa de Dios, en muchas partes, no es más que un vulgar mercado, donde inescrupulosos
comercializan con la fe. Dentro del mismo Vaticano, tenía sus propios
detractores, al transgredir viejas reglas del procedimiento ecuménico para
mantener al mundo bajo miedo y temor.
¿No hay infierno, ni un diablo con cuernos y cola?
Es difícil para un solo hombre cambiar el
alma de los seres humanos. Cristo lo intentó y fue crucificado. El pecado continúa hasta hoy en día.
El Juan Pablo, histórico, el que interesa
reseñar, no es quien se vestía de blanco para presidir una misa, o recibir a
mandatarios y signatarios, no es así, el que traspasara las líneas del tiempo,
era el humilde hombre sencillo, que esquiaba; él que escuchaba las opiniones de
otros; el que sonreía con total sinceridad y quien se preocupaba del dolor
ajeno, más allá de su posición ministerial.
Desde su partida, es evidente que las
cosas han cambiado. El hombre que aceptó las atrocidades de siglos por parte de
la Iglesia, ya no está. El reformador y
parlamentario se ha marchado. El hombre del rostro apaciguo, que con su mirada
inspiradora y llena de ternura, convencía sin mencionar ni una sola palabra, se
ha ido. El Vaticano se encuentra
completamente vacío.
Para quienes tuvieron el honor de compartir
unos segundos con Juan Pablo II, llevaran en su memoria la experiencia de haber
estado con un hombre verdaderamente comprometido con su fe. Quienes lo escucharon, lo miraron por
diferentes medios, estarán convencidos de que él era lo más cercano al sucesor
de Pedro. Y quienes hoy solo han escuchado de él, no saben de lo que se han
perdido.
En el Vaticano, hay un antes y un después
de Juan Pablo II, que sin lugar a duda hoy tiene un lugar bien asegurado en los
corazones de sus fieles seguidores, y un asiento muy próximo a la diestra del
hijo y del Padre, como asesor de fe y esperanza para quienes aún vivimos en un
mundo tan convulsionado, con el cual él, algún día pensó en aportar su grano de
arena para que fuera un lugar ideal donde se pudiera vivir como hermanos.
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